Liverpool mantiene el pleno con un 2-1 a Everton en un derbi de altos decibelios

Liverpool mantiene el pleno con un 2-1 a Everton en un derbi de altos decibelios
sep, 20 2025

Un arranque perfecto y un derbi con nervio

Otra jornada, otra victoria y un mensaje claro: el campeón está para defender su corona. El 2-1 de Liverpool a Everton en Anfield, en el derbi número 247, vale más que tres puntos. Es el quinto triunfo en cinco partidos de Premier, un pleno que sostiene el liderato y confirma que el equipo de Arne Slot no solo gana: compite con madurez cuando el partido se aprieta.

El guion se escribió pronto. A los 10 minutos, Ryan Gravenberch cazó un balón en la frontal y lo clavó con una volea precisa, una definición difícil que él hizo parecer sencilla. El neerlandés, quizá el centrocampista más en forma del equipo en este arranque, añadió después una asistencia, firmando esa actuación total que pide el fútbol actual: llegada, lectura y pase final.

El 2-0 llegó en el 29', fruto de una decisión técnica que ya genera conversación: Hugo Ekitike fue titular por delante de Alexander Isak y respondió con gol. Se movió entre centrales, atacó el primer palo y definió a un toque. No necesitó mucho más para justificar su presencia. Con dos tantos de ventaja y la grada empujando, Anfield olía a tarde plácida.

Everton se negó a ser figurante. Ajustó líneas, ganó metros y, pasado el descanso, encontró el premio. Idrissa Gueye, desde la media distancia, conectó un disparo tenso a la escuadra en el 58'. Un golazo que cambió el clima del partido: de control red a tensión real. Con media hora por jugar, el derbi se volvió el derbi de siempre: dividido, rugoso, con segundas jugadas y cada balón a la olla como una pequeña final.

En ese tramo, Liverpool mostró algo que no se entrena fácil: temple. No se desordenó, bajó pulsaciones con la pelota cuando pudo y, cuando tocó sufrir, ganó duelos en su área. Lo de siempre en estos choques: quien se impone en las dos áreas, se lleva el día.

La tarde tuvo también un momento de piel de gallina. Antes del pitido inicial, el estadio rindió tributo a Bobby Graham, delantero escocés de los sesenta y primeros setenta, y a Joey Jones, el defensa galés recordado por la Copa de Europa de 1977. Minutos de respeto sincero en un clásico que no olvida su historia.

Claves del partido, nombres propios y lo que viene

Arne Slot repitió una idea que ya reconocen sus equipos: amplitud en salida, interiores con libertad para saltar líneas y presión tras pérdida corta. Gravenberch fue el termómetro para decidir cuándo acelerar y cuándo pausar; a su alrededor, los laterales dieron altura a la jugada. Por derecha, Conor Bradley fue titular por delante de Jeremie Frimpong, decisión que se explica por sensaciones y contexto: conoce el derbi, entiende el cuerpo a cuerpo y, en una tarde de fricciones, esa experiencia pesó.

Bradley respondió con un partido serio: intenso sin desmedirse, concentrado en el retroceso y ganando más duelos de los que perdió. Tuvo un duelo constante en su banda —de los que no salen en la foto, pero sostienen estructuras—. En el eje, Ibrahima Konaté impuso físico y timing. No concedió giros fáciles, cerró área y frustró a referencias como Beto o Thierno Barry, que rara vez recibieron de cara.

Detrás de todos, Alisson, un seguro. Salió con puños firmes en centros y córners, leyó bien los balones colgados y solo dejó una sombra: alguna entrega con el pie que complicó la circulación. De manos, impecable; de pies, aceptable en una tarde con viento y nervio. Cumplió la ley no escrita de los porteros en los derbis: lo que va entre palos, se saca.

Arriba, Ekitike ofreció desmarques útiles y atacó bien primeros espacios. No necesitó muchas asociaciones finas; su virtud fue elegir zonas. Cuando los centrales dudaron entre saltar o esperar, él ya había tocado y se había ido. Ese primer paso abre puertas. A su lado, los extremos estiraron y fijaron laterales, liberando carriles interiores para Gravenberch, que pisó área con veneno.

Everton creció con el 2-1. Tiró de lo que funciona en los derbis fuera de casa: balones laterales, segundas jugadas y faltas laterales. El equipo visitante juntó piezas en campo rival y embotelló por momentos. Ahí, las vigilancias de Liverpool fueron clave. No hubo desorden, sí concentración. Cuando el partido pidió despeje sin mirar, nadie se complicó.

El tramo final fue una cuestión de detalles: una cobertura a tiempo, una pierna que se estira un centímetro más, un pase atrás que evita una pérdida tonta. En ese nivel de exigencia, la diferencia la marcan los hábitos. Liverpool, hoy por hoy, tiene automatismos que le sostienen incluso cuando el partido se rompe.

Más allá del guion, quedaron actuaciones para subrayar:

  • Ryan Gravenberch: golazo, asistencia y liderazgo silencioso. Se movió entre líneas con inteligencia y eligió siempre el toque útil.
  • Hugo Ekitike: oportunismo y lectura de área. Transformó en gol su mejor visita al primer palo.
  • Ibrahima Konaté: autoridad. Muchas correcciones a campo abierto y dominio por alto.
  • Conor Bradley: carácter de derbi, sin alardes pero con fiabilidad en los duelos.
  • Alisson: seguridad aérea y par de intervenciones que apagan incendios. Algún susto con el pie, nada más.
  • Idrissa Gueye: el mejor de Everton. Golazo y empuje para cambiar la inercia.

El contexto importa. Liverpool llegó con cuatro victorias seguidas y el objetivo de sostener el ritmo alto de la parte alta. Everton, con dos triunfos, un empate y una derrota, se plantó sin complejos, sexto en la tabla, y compitió como pedía el cartel. La diferencia estuvo en el primer tiempo: la pegada local abrió una brecha que, con los minutos, fue oro.

El 5 de 5 dice mucho, y lo dice temprano. No garantiza nada en mayo, pero marca abril. En temporadas largas, las rachas del arranque sirven de colchón cuando llegan lesiones, calendario comprimido y fatiga. Este Liverpool ha aprendido a administrar energías sin perder identidad. Slot ya pone su sello: presionar sin quemar, atacar sin partirse y rotar en los sitios donde la competencia interna aprieta. La apuesta de Ekitike sobre Isak es un ejemplo: meritocracia y lectura de partido.

En lo táctico, se vieron matices nuevos. El doble pivote se escalonó a menudo, con un mediocentro fijando la base y otro saltando a recibir entre líneas para atraer a los interiores rivales. Cuando Everton intentó morder más arriba, la salida encontró aire con cambios de orientación rápidos a los extremos, que ganaron metros y sometieron a los laterales. El balón parado también fue territorio red: defensa de zona sólida y agresividad en segundas jugadas.

Everton, por su parte, ofreció señales positivas. No se deshizo con el 2-0, ajustó marcas por dentro y forzó pérdidas en banda. Su gol llegó en el mejor momento, cuando el partido pedía un golpe de calidad. A partir de ahí, le faltó el último centro tenso o la segunda jugada limpia en la frontal. Compitió, que no es poco en Anfield.

El derbi, como casi siempre, dividió sofás y sobremesas en la ciudad. En el césped, dejó imágenes de lo que esta rivalidad representa: choques sin concesiones, celebraciones con rabia contenida, protestas a cada falta. Con todo, el gesto inicial en memoria de Bobby Graham y Joey Jones recordó que este clásico es también memoria y pertenencia. La emoción prepartido puso piel y contexto a un choque que, por historia, se vive distinto.

La tabla sonríe a Liverpool, y no solo por los números. El equipo muestra recursos para distintos escenarios: autoridad con marcador a favor, equilibrio en el intercambio y oficio para cerrar partidos cuando el rival empuja. No siempre se puede brillar; lo que sí se puede es ganar bien, aún sin luces de neón. En un campeonato que se decide por detalles, sumar así construye algo más que puntos: construye hábito.

Por delante, un calendario que exigirá rotaciones y gestión inteligente de esfuerzos. La competencia interna en ataque y en los laterales promete decisiones partido a partido. Si el grupo asume la norma —juega el que mejor esté y el que mejor encaje en el plan—, el nivel no caerá. De momento, el mensaje es simple: cinco jornadas, cinco victorias y un derbi superado con colmillo y cabeza.

Para Everton, la derrota deja aprendizaje y un nivel competitivo que merece continuidad. Si sostiene la intensidad del segundo tiempo y afina la última pelota, sumará con regularidad. Para Liverpool, el día trae una línea más en su libreto: saber sufrir sin perder el hilo. En estos partidos, eso vale tanto como un gol.